En la gran sinfonía de la experiencia humana, hay cinco emociones fundamentales: ira, alegría, miedo, asco y tristeza. Cada una de estas emociones es un espectro en sí mismo. La ira puede manifestarse como irritación, frustración o incluso rabia, mientras que la tristeza puede adoptar la forma de melancolía o pena profunda, y así sucesivamente.
En nuestra educación, las emociones suelen etiquetarse como positivas o negativas. Llorar puede verse como un signo de debilidad, y expresar rabia como algo inapropiado. Sin darnos cuenta, asignamos un valor a nuestras emociones: la alegría es buena, todo lo demás, no tanto.
Es crucial reconocerlo: no hay emociones negativas. Cada emoción tiene un propósito y una función específica. Son señales, diseñadas para protegernos o transmitir algo importante, como la necesidad de atención o una llamada a estar alerta. Por desgracia, a lo largo de milenios hemos malinterpretado y juzgado erróneamente estas señales.
En nuestros primeros años, el propósito de nuestras emociones es más evidente. Cuando somos bebés y niños pequeños, aún no estamos condicionados; simplemente somos quienes somos. La ira o la frustración, por ejemplo, nos ayudan a establecer límites y a hacernos valer. Es una fuerza necesaria para el desarrollo, una forma de decir "no".
El mismo principio se aplica al miedo, que hace que nuestro sistema nervioso se cierre, ofreciéndonos protección. La tristeza ralentiza nuestro sistema, incitando a la calma y exigiendo descanso, esencial para nuestro cuerpo y sistema nervioso.
El asco nos permite purgarnos, literalmente, y la alegría nos abre a lo que nos rodea.
Nuestro cuerpo refleja estas emociones a través de diversas expresiones físicas: músculos tensos, puños cerrados, nudos en el estómago, escalofríos, mandíbulas tensas, brazos extendidos o una postura acurrucada. Nuestro cuerpo se convierte en el lienzo que refleja nuestras emociones, un aspecto crucial de la interacción con los demás.
Como expliqué en un post reciente, las emociones son percepciones físicas y sensoriales. Por desgracia, hemos perdido el contacto con nuestro cuerpo, olvidando cómo sentir y percibir realmente lo que ocurre en nuestro interior.
En la mayoría de las familias, hay una o dos emociones que se considera inaceptable sentir o expresar. A medida que crecemos, tendemos a compensar estos sentimientos reprimidos con otras emociones. Si, por ejemplo, nos han educado para no expresar ira, puede que inconscientemente la sustituyamos por tristeza, lo que provocará ataques de melancolía más frecuentes en edad adulta.
Primer contacto con las emociones
Una vez que reconozcamos que todas las emociones sirven para algo y tienen importancia, podemos mirar más de cerca y sentir lo que ocurre cuando experimentamos emociones.
La neurocientífica Jill Bolte Taylor introdujo la regla de los 90 segundos, sugiriendo que cuando reaccionamos a algo en nuestro entorno, hay un proceso químico de 90 segundos en nuestro cuerpo detrás de ello. Después, la emoción se acaba. Si persistimos en una reacción emocional más allá de esos 90 segundos, es porque elegimos permanecer en ese bucle emocional.
Este bucle crea nuestra historia o narrativa. Vinculamos emociones a experiencias y, al hacerlo, creamos nuestra propia historia. Permitirnos sentir una emoción durante sólo 90 segundos, luego respirar y reiniciar, nos ayuda a liberarnos de esta narrativa, previniendo el desarrollo de patrones de comportamiento poco saludables.
Por ejemplo: Estoy en una cita. La otra persona dice o hace algo que no me gusta o no apruebo. El resultado: Siento que me estoy enojando.
Ahora tengo dos opciones:
A: Me siento durante 90 segundos y expreso mi enfado al respecto, digo lo que siento y pongo un límite.
ó B: No descargo mi enojo y permanezco en la emoción durante el resto de la noche y probablemente días después.
Lo que ocurre con la opción B es que nuestro inconsciente conecta lo que ha ocurrido con mi historia y cualquier creencia subyacente como "Todos los hombres o mujeres son desatentos o agresivos o ignorantes o sabelotodos...", ya que vincula experiencias anteriores con la emoción de la ira.
Si elijo la opción A, soy consciente de que una emoción quiere darme información en ese momento. Esta emoción quiere decirme, por ejemplo, que debo poner un límite porque la rabia no se siente bien. Así que si digo lo que siento, la rabia puede desaparecer y no sólo creo una experiencia diferente, sino también una relación más auténtica con la otra persona.
Escuchar nuestras sensaciones corporales, creadas por nuestra percepción sensorial, nos ayuda a conectar con la realidad de nuestra experiencia presente y no con historias creadas a partir de creencias potencialmente inapropiadas. Basándonos en nuestra realidad, podemos tomar decisiones adecuadas para nosotros.
¿Suena todo muy sencillo? Sólo tienes que sentir lo que ocurre durante 90 segundos. Verás que no es tan sencillo, porque hemos olvidado cómo sentir en nuestro interior, ya que muchas de nuestras reacciones intuitivas ante un estímulo físico han sido suprimidas o remodeladas.
Trabajar con las emociones
En la psicoterapia corporal, el objetivo es separar a los individuos de sus narrativas y llevarlos únicamente al terreno de los sentimientos, especialmente con emociones que nos suponen un reto, como el miedo o la ira. Trabajar con el cuerpo y el movimiento nos permite estar presentes, evitando la conexión inmediata con nuestro pasado y nuestra historia personal. Esta disociación nos impide asignar un significado inmediato a cada sentimiento. Nos permitimos simplemente sentir, sentando las bases de un yo auténtico.
Una de las emociones más difíciles de sentir físicamente es el miedo. Puede parecer amenazador. Tardé años en conectar con el miedo en mi cuerpo. Antes de eso, compensaba el miedo con ira, ya que podía relacionarme bien con la ira. No tenía ni idea de cómo se sentía el miedo en mi cuerpo: la boca seca, las manos sudorosas, la frialdad, el pensamiento confuso, una ligera disociación y un temblor muy arraigado. Viviendo en la ira, era un reto profundizar en el miedo. Cada vez que el miedo arañaba la superficie, mi mecanismo de protección activaba la ira, protegiéndome de sentir miedo. Esto, a su vez, me llevó a tomar muchas decisiones poco saludables en mi vida, pero hablaremos de ello en otra entrada del blog.
Un consejo para salir
Ve la película "Inside Out". La recomiendo a menudo a mis clientes. Ofrece una visión valiosa y desenfadada de cómo funcionan nuestras emociones, ofreciendo una comprensión encantadora de nuestro intrincado paisaje emocional.
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